Por: Adlai Stevenson Samper, Escritor, editor e investigador cultural, 2023
Premonitorio, por no decirle visionario, es el libro del amigo, historiador y sociólogo Edgar Rey Sinning sobre los aconteceres de la celebración del Carnaval de Barranquilla cuya primera edición, producto primigenio de una tesis de grado, se publicó en 1992 lo que equivale a indicar cronológicamente que es una investigación cultural con absoluta vigencia desde hace más de tres décadas.
Cuando rotundamente lo califico de premonitorio y visionario se debe a que algunos síntomas, análisis, deducciones que plasmó Edgar Rey en esa primera edición no solo se han cumplido rigurosamente, palmo a palmo, sino que han empeorado y algunas desaparecieron; tal es el caso del Festival de Orquestas, convertido en un concierto común y corriente al que se le cobra la entrada y cuya música de consumo incluso no necesariamente es de carnaval.
Hace algunos años, tras la publicación del libro “Música, raza y nación” del antropólogo inglés Peter Wade de la Universidad de Manchester, encontré una refulgente afirmación que tras un cruce epistolar electrónico con el investigador, este prefirió guardar
prudente silencio. Al grano. Allí decía que en algunos círculos intelectuales y culturales de Barranquilla afirmaron —durante el proceso de investigación— «que el carnaval diluía fronteras sociales y económicas». Conocedor, como barranquillero que mira con enfoque crítico la celebración de las fiestas, de la evidente ruptura de tal sentencia jactanciosa con la verdad basado en uno de los mitos recurrentes lanzados al respecto, quienes le habían expresado semejante dislate, prefirió resguardar el silencio de las fuentes.
Si hubiese leído los planteamientos de Edgar Rey en el libro sobre el Carnaval, quizás le hubiese colocado su correspondiente beneficio de inventario a la «disolución clasista» de los “intelectuales” barranquilleros, que es precisamente lo contrario desde los mismos inicios —y ello se 13 encuentra ampliamente demostrado con los correspondientes datos históricos— de las fiestas. Nunca hubo tal democratización y lo que se muestra, en bailes, clubes, músicas y espacios, es que todo el aparataje se encontraba cuidadosamente
segmentado en sus correspondientes nichos socio económicos. Tal dice Edgar, repitiendo un tradicional dicho popular, «cada babilla buscaba su charca».
Se podría intentar, página por página, cada uno de los aciertos vislumbrados por Edgar Rey en esas previas cinco ediciones de este libro. La lenta desaparición de las verbenas y las mutaciones de los picós que obviamente corresponden a otros tiempos más amables y menos comercializados en torno al disfrute de las fiestas. Una frase afortunada del autor Rey lo define. Si un barranquillero gasta en un día de Carnaval lo más probable es que los otros tres días, que lentamente se han ido reduciendo por este mismo motivo en dos,
quede excluido pues en general una buena parte de la lógica organizativa del Carnaval maneja parámetros comerciales, así que bien pudiera atreverme a cambiar el lema o eslogan que tan buena suerte ha corrido en estos últimos años: «Quién lo goza es quien lo gasta».
No conozco otro libro tan completo y ambicioso en líneas generales del Carnaval como el de Edgar Rey. Los historiadores, investigadores y académicos tienen abundante material de trabajo para fundamentar sus proyectos en torno a las metamorfosis del Carnaval que; reitero, obedecen en su más estricta esencia, a los procesos de control social y del capitalismo local. Aunque parezca exagerado, todos estos conceptos se encuentran perfectamente delineados en este libro de Edgar Rey que sobrevive, que es una perfecta alegoría, a las muertes y resurrecciones de Joselito Carnaval al que nunca nadie podrá negarle el beneficio de resucitar triunfante con sus huestes pese a cualquier contingencia o intentos de apoderamiento. Igual a este magnífico libro que un clásico del recuento, del análisis, del Carnaval de Barranquilla.