Si hay alguien idóneo, diáfano y díscolo en el sur de Bolívar, es el carpintero de los simiteños. En medio de trozos de madera, viruta y tablas, Juan Berruezo Pontón caminaba con una energía exorbitante. Con el miedo de que moriría y no hubiese otro carpintero que le fabricara su propia caja mortuoria, para no tener problemas ese día fatídico, construyó su sarcófago y lo colocó en lo alto del techo, sostenido de listones de polvillo; en ese taller humilde y único ubicado en la sala de su casa, ubicada en la calle de Las Flores del municipio de Simití, Bolívar.
Pero el tiempo y la necesidad lo hacía venderlo muchas veces el féretro, hasta que llegó ese día final en 1991, cuando le rindió cuentas al creador.
Era tan controvertido, pero mágico, que conformó familia con Candelaria María Salazar, hermana de amo y señor de los cenagales “Coyoye”, el hombre que impulsaba su canoa incalculable y tallador de todo tipo de elementos metálicos (pitos, vasijas y mechones para alumbras las noches oscuras del viejo pueblo antiquísimo), del corazón de su hogar, procrearon cuatro hijos: Salome, Carmen, María, Juan Bautista; quienes crecieron sanos en medio de borbollones que deja la taruya que flota sin rumbo, es la superficies de las aguas de la ciénaga de Simití.
No era conservador, sino godo; a tal punto que pinto su escusado de rojo, para cag… ensuciarlo todos los días de excretas; una fobia a los autores de la masacre del Cañito, donde los cachiporros de rojo, masacraron en la época de la violencia a muchas mujeres embarazadas.